Y aquella noche fuí á dar á unas chozas donde no me lucieron mal, porque habia en ellas uno que sabía latin, y por la
necesidad que se ofrecía fué nuestro Señor servido que nos entendimos hablando en latin. Contóles mis trabajos;
recogiéronme aquella noche el latino en su choza, y curóme y dióme de cenar y donde durmiese en unas pajas, y a la
media noche vino su padre y hermanos cargados de despojos y cosas nuestras, y no le pesó al viejo de que me hubieran
recogido en su casa y hecho bien.
Por la mañana me dieron un caballo y un mozo que me pasase una milla de mal camino que había, de lodo hasta la cinta,
y habiéndole pasado un tiro de ballesta, oimos un grandísimo ruido y díjome el mozo por señas: "Salvase España",
–que nos llamaban así. "Muchos sasanas de á caballo vienen aquí y te han de hacer pedazos si no te escondes, anda
acá presto." Llaman "sasanas" á los ingleses, y llevóme á esconder en unas quebradas de peñascos donde
estuvimos muy bien, sin que nos viesen, que serian más de ciento y cincuenta de á, caballo; iban la vuelta de la marina,
á robar y imitar cuantos españoles hallasen. Líbrame Dios destos, y yendo nuestro camino dan conmigo más de cuarenta
salvajes á pié y quisiéronme hacer pedazos, porque eran del todo luteranos, y no lo hicieron porque el mozo que conmigo
venía les dijo que su amo me habia preso y me tenia por prisionero y me enviaba á curar en aquel caballo. Con todo esto
no bastó para dejarme pasar en paz, porque llegaron dos de aquellos ladrones a mi y me dieron seis palos que me molieron
las espaldas y los brazos, y me quitaron todo lo que encima de mi llevaba, hasta dejarme en carnes, como naci. Digo
verdad por el santo bautismo que recibi, y yiendome de esta suerte, daba muchas gracias a Dios suplicando a su Divina
Majestad se cumpliese en mí su voluntad, que aquello era lo que yo deseaba. El mozo del salvaje se queria tornar a su
choza con su caballo, llorando de verme como quedaba desnudo, en cueros tan mal tratado y con tanto frio.
Pedí a Dios muy de veras me llevase a donde yo muriese confesado y en su gracia; tome algun animo, estando en el mayor
extremo de desventura que jamas se vio hombre, y con unas pajas de helechos (папоротник) y un pedazo de estera vieja me
rodeó el cuerpo y me reparó del frio lo mejor que pude. Fuí caminando poco á poco hacia aquella parte que me enseñaron,
buscando las tierras de aquel señor donde se habian recogido aquellos españoles, y llegando a la sierra que me dieron
por señal, topé un lago alrededor del cual habia como treinta chozas todas despobladas y sin gente, y queria anochecer.
El lago Glencar
No habiendo donde ir, busqué la mejor choza que mejor me parecia para recogerme en ella aquella noche, y como digo,
estaban despobladas y sin gente, y entrando por la puerta la vi llena de muchos haces de avena, que es el pan ordinario
que comen aquellos salvajes, y di gracias a Dios, que tenia bien a donde dormir sobre ellos, sino cuando veo salir por
un lado tres hombros en carnes, como su madre los pario, y levantarse y mirarme. Dióme algun temor, porque entendí sin
duda que eran diablos, y ellos no entendieron ménos que podria ser yo, envueltoen mis pajas y estera; como entré no me
hablaban, porque estaban temblando, ni tampoco yo á ellos, porque no los conocia y estaba algo oscura la chosa, y
viéndome en esta confusion tan grande, dije: "Oh Madre de Dios, sed conmigo y libradme de todo mal." Como me
vieron hablar español y llamar á la Madre de Dios, dijeron ellos tambien: "Sea con nosotros esa gran Señora."
Entónces aseguréme y lleguéme á ellos, preguntandoles si eran españoles. "Si somos, por nuestros pecados, que á once
nos desnudaron juntos en la marina, y en carnes como estabamos nos venimos a buscar alguna tierra de cristianos, y en
el camino nos encontraron una cuadrilla de enemigos y nos mataron los ocho, y los tres que aquí estamos nos metimos
huyendo por un bosque tan espeso que no nos pudieron hallar, y esta tarde nos deparó Dios estas chozas aquí, que por
descansar nos habemos quedado en ellas aunque no tengan gente ni que comer." Dijeles, pues, tengan buen ánimo y
encomíendense siempre á nuestro Señor que cerca de aqui tenemos tierra de amigos y cristianos, que yo traigo lengua de
un villaje que está tres ó cuatro leguas de aqui, que es del señor de O'Rourke, donde se han recogido muchos de nuestros
españoles perdidos, y aunque yo vengo muy mal tratado y herido, mañana, caminarémos para allá. Alegránonse los pobres y
me preguntaron quién era. Yo les dije que era el capitan Cuellar; no lo pudieron creer porque me tenían por ahogado, y
llegáronse á mí y casi me acabaron de matar con abrazos. El un dellos era Alférez y los otros dos soldados, y porque es
el cuento gracioso y verdad, como soy cristiano, lo he de acabar para que V. m. tenga que reir.
Metíme entre la paja bien enterrado, con aviso de que no se hiciese destrozo en ella ni se descompusiese de cómo estaba,
y dejando concertado de levantarnos de mañana para nuestro viaje, dormimos sin cenar ni haber comido más que moras y
berros, y cuando Dios enhorabuena fué de dia, yo estaba bien despierto con el gran dolor que tenía en las piernas, oigo
hablar y ruido de gente, y estando así llega á la puerta un salvaje con una alabarda en la mano y empezó de mirar su
avena y hablar entre sí, y yo quedo sin resollar, y los demás compañeros, que habían despertado, mirando muy atentamente
por entre las pajas al salvaje y á lo que quería hacer, que quiso Dios que salió y se fué con otros muchos que con él
habían venido á segar y trabajar allí cerca de las chozas, en parte adonde no podíamos salir sin que nos viesen.
Estuvímonos quedos, enterrados vivos, platicando lo que nos convenia hacer, y fué acordado no desenterrarnos ni movernos
de aquel lugar mientras allí estaban aquellos herejes salvajes, que eran del lugar adonde tanto mal habían hecho á los
pobres de nuestros españoles que cogieron, y lo mismo hicieran de nosotros si nos sintieran allí donde no había quien
nos valiera sino Dios. Pasóse así todo el dia, y ya que venía la noche, filáronse los traidores recogiendo á sus casares,
y nosotros aguardamos que saliese la luna, y revueltos con paja y heno, porque hacía grandísimo frió, salimos de aquel
peligro tan grande en que estábamos sin aguardar el dia.
Fuimos atollando y rompiendo la vida con hambre y sed y dolor; fué Dios servido de aportarnos á tierra de alguna seguridad,
donde fuimos hallando chozas de mejor gente, aunque todos salvajes, pero cristianos y caritativos, donde viéndome uno
que yo venía tan mal tratado y herido, me llevó á su choza, y me curaba él y su mujer y hijos, y no me dejó salir de
ella hasta que le pareció que pudiera bien llegar al villaje donde iba; en el cual hallé más de setenta españoles, que
todos andaban desnudos y bien maltratados, porque el Señor no estaba allí, que había ido á defender una tierra que los
ingleses le venían á tomar, y aunque éste es salvaje, es muy buen cristiano y enemigo de herejes, y siempre tiene guerra
con ellos. Llámase el señor de Ruerge O'Rourke.
Las ruinas del castillo de O'Rourke
Yo aporté á su casa con harto trabajo, enbierto de pajas y rodeado un pedazo de estera por el cuerpo, de suerte que no
había quien no se moviese á gran lástima de verme así. Diéronme unos salvajes una mala manta vieja, llena, do piojos,
con que me cubrí y remedié alguna cosa.
Otro dia par la mañana nos juntamos hasta veinte españoles en la choza deste señor de Ruerque O'Rourke, para que nos
dieran por amor de Dios alguna cosa que comer, y están, dolo pidiendo nos dieron nuevas que habia una nao de España en
la marina, y que era muy grande, y que venía por los españoles que se habían escapado, con la cual nueva, sin más
aguardar, partimos todos veinte á, la parte donde nos dijeron que estaba, la nao, y hallamos muchos estorbos en el
camino, aunque para mí fué remedio y merced que Dios me hizo en que yo no llegase al puerto donde estaba, como llegaron
los demás que conmigo estaban, los cuales se embarcaron en ella, porque era del Armada y había arribado allí con gran
fortuna, y el árbol mayor y la jarcia muy mal tratada y con temor que no los quemasen ó hiciesen otro mal los enemigos,
que lo procuraban con toda instancia, se hicieron á la vela de ahí á dos dias, y con la gente que en ella venía y los
demás que se recogieron, tornó á dar al través en la misma costa, se ahogaron más de docientas personas, y los que
salieron nadando los tomaron los ingleses y los pasaron todos á cuchillo. Fué Dios servido que yo solo me quedase de
los veinte que en su busca íbamos, porque no padeciese como los demás. Bendita sea su santísima misericordia para
siempre, por tantas mercedes como me ha hecho.
El naufragio de "La Girona"
Andando así perdido con harta confusión y trabajo, topé con un camino por el que iba un clérigo en hábito seglar,
porque así andan los sacerdotes en aquel reino, porque los ingleses no los conozcan, y dolióse de mí y hablóme en
latin, preguntándome de qué nación era y de los naufragios que había pasado. Dios me dio gracia para que yo le pudiera
responder á todo lo que me preguntaba, en la mesma lengua latina; satisfízose tanto de mí que me dio á comer de lo que
consigo traía, y me encaminó para que fuese á un castillo que estaba de allí seis leguas, muy fuerte, que estaba un
señor salvaje muy valiente soldado, gran enemigo de la reina de Ingalaterra y de sus cosas, hombre que nunca la ha
querido obedecer ni tributar, ateniéndose á su castillo y montañas con que se hace fuerte, y me fui para allá, pasando
en el camino muchos trabajos, y el mayor y que más pena me daba, fué que un salvaje me topó en el camino y por engaño
me llevó á su choza, que la tenía en un valle desierto, y me dijo que allí habia de vivir toda mi vida y me mostraria
su oficio, que era ser herrero. Yo no le supe responder ni me atreví, porque no me metiese en la fragua, ántes le mostré
alegre rostro y empece á trabajar con mis fuelles más de ocho dias, de lo cual se holgaba el malvado herrero salvaje,
porque lo hacía yo con cuidado por no disgustarle, y á una maldita vieja que tenía por mujer.
El Valle donde vivía el herrero
Yo me vía atribulado y triste con tan mal ejercicio, sino cuando nuestro Señor me remedió en tornar á traer por allí
al clérigo, que se espantó de verme, porque aquel salvaje no me quiso dejar pasar por servirse de mí. Riñóle el clérigo
muy mal y me dijo no tuviese pena, que él hablaría al señor del castillo para donde me habia encaminado y le haría que
enviase por mí, como lo hizo el día siguiente, que envió cuatro hombres de los salvajes que le servían y un soldado
español, que ya tenía diez consigo de los que se habían escapado nadando, y como me vio tan desnudo y cubierto de pajas,
él y todos los que con él estaban se dolieron harto, y aun sus mujeres lloraban de verme así tan mal tratado. Reparáronme
allí lo mejor que pudieron con una manta, á su usanza, donde me estuve tres meses hecho propio salvaje como ellos.