Francisco de Cuéllar "La Carta"

(De la villa de Anvers, 4 de Octubre de 1589 año)


Parte 3

Y aquella noche fuí á dar á unas chozas donde no me lucieron mal, porque habia en ellas uno que sabía latin, y por la necesidad que se ofrecía fué nuestro Señor servido que nos entendimos hablando en latin. Contóles mis trabajos; recogiéronme aquella noche el latino en su choza, y curóme y dióme de cenar y donde durmiese en unas pajas, y a la media noche vino su padre y hermanos cargados de despojos y cosas nuestras, y no le pesó al viejo de que me hubieran recogido en su casa y hecho bien.

Por la mañana me dieron un caballo y un mozo que me pasase una milla de mal camino que había, de lodo hasta la cinta, y habiéndole pasado un tiro de ballesta, oimos un grandísimo ruido y díjome el mozo por señas: "Salvase España", –que nos llamaban así. "Muchos sasanas de á caballo vienen aquí y te han de hacer pedazos si no te escondes, anda acá presto." Llaman "sasanas" á los ingleses, y llevóme á esconder en unas quebradas de peñascos donde estuvimos muy bien, sin que nos viesen, que serian más de ciento y cincuenta de á, caballo; iban la vuelta de la marina, á robar y imitar cuantos españoles hallasen. Líbrame Dios destos, y yendo nuestro camino dan conmigo más de cuarenta salvajes á pié y quisiéronme hacer pedazos, porque eran del todo luteranos, y no lo hicieron porque el mozo que conmigo venía les dijo que su amo me habia preso y me tenia por prisionero y me enviaba á curar en aquel caballo. Con todo esto no bastó para dejarme pasar en paz, porque llegaron dos de aquellos ladrones a mi y me dieron seis palos que me molieron las espaldas y los brazos, y me quitaron todo lo que encima de mi llevaba, hasta dejarme en carnes, como naci. Digo verdad por el santo bautismo que recibi, y yiendome de esta suerte, daba muchas gracias a Dios suplicando a su Divina Majestad se cumpliese en mí su voluntad, que aquello era lo que yo deseaba. El mozo del salvaje se queria tornar a su choza con su caballo, llorando de verme como quedaba desnudo, en cueros tan mal tratado y con tanto frio.

Pedí a Dios muy de veras me llevase a donde yo muriese confesado y en su gracia; tome algun animo, estando en el mayor extremo de desventura que jamas se vio hombre, y con unas pajas de helechos (папоротник) y un pedazo de estera vieja me rodeó el cuerpo y me reparó del frio lo mejor que pude. Fuí caminando poco á poco hacia aquella parte que me enseñaron, buscando las tierras de aquel señor donde se habian recogido aquellos españoles, y llegando a la sierra que me dieron por señal, topé un lago alrededor del cual habia como treinta chozas todas despobladas y sin gente, y queria anochecer.

El lago Glencar

No habiendo donde ir, busqué la mejor choza que mejor me parecia para recogerme en ella aquella noche, y como digo, estaban despobladas y sin gente, y entrando por la puerta la vi llena de muchos haces de avena, que es el pan ordinario que comen aquellos salvajes, y di gracias a Dios, que tenia bien a donde dormir sobre ellos, sino cuando veo salir por un lado tres hombros en carnes, como su madre los pario, y levantarse y mirarme. Dióme algun temor, porque entendí sin duda que eran diablos, y ellos no entendieron ménos que podria ser yo, envueltoen mis pajas y estera; como entré no me hablaban, porque estaban temblando, ni tampoco yo á ellos, porque no los conocia y estaba algo oscura la chosa, y viéndome en esta confusion tan grande, dije: "Oh Madre de Dios, sed conmigo y libradme de todo mal." Como me vieron hablar español y llamar á la Madre de Dios, dijeron ellos tambien: "Sea con nosotros esa gran Señora." Entónces aseguréme y lleguéme á ellos, preguntandoles si eran españoles. "Si somos, por nuestros pecados, que á once nos desnudaron juntos en la marina, y en carnes como estabamos nos venimos a buscar alguna tierra de cristianos, y en el camino nos encontraron una cuadrilla de enemigos y nos mataron los ocho, y los tres que aquí estamos nos metimos huyendo por un bosque tan espeso que no nos pudieron hallar, y esta tarde nos deparó Dios estas chozas aquí, que por descansar nos habemos quedado en ellas aunque no tengan gente ni que comer." Dijeles, pues, tengan buen ánimo y encomíendense siempre á nuestro Señor que cerca de aqui tenemos tierra de amigos y cristianos, que yo traigo lengua de un villaje que está tres ó cuatro leguas de aqui, que es del señor de O'Rourke, donde se han recogido muchos de nuestros españoles perdidos, y aunque yo vengo muy mal tratado y herido, mañana, caminarémos para allá. Alegránonse los pobres y me preguntaron quién era. Yo les dije que era el capitan Cuellar; no lo pudieron creer porque me tenían por ahogado, y llegáronse á mí y casi me acabaron de matar con abrazos. El un dellos era Alférez y los otros dos soldados, y porque es el cuento gracioso y verdad, como soy cristiano, lo he de acabar para que V. m. tenga que reir.

Metíme entre la paja bien enterrado, con aviso de que no se hiciese destrozo en ella ni se descompusiese de cómo estaba, y dejando concertado de levantarnos de mañana para nuestro viaje, dormimos sin cenar ni haber comido más que moras y berros, y cuando Dios enhorabuena fué de dia, yo estaba bien despierto con el gran dolor que tenía en las piernas, oigo hablar y ruido de gente, y estando así llega á la puerta un salvaje con una alabarda en la mano y empezó de mirar su avena y hablar entre sí, y yo quedo sin resollar, y los demás compañeros, que habían despertado, mirando muy atentamente por entre las pajas al salvaje y á lo que quería hacer, que quiso Dios que salió y se fué con otros muchos que con él habían venido á segar y trabajar allí cerca de las chozas, en parte adonde no podíamos salir sin que nos viesen. Estuvímonos quedos, enterrados vivos, platicando lo que nos convenia hacer, y fué acordado no desenterrarnos ni movernos de aquel lugar mientras allí estaban aquellos herejes salvajes, que eran del lugar adonde tanto mal habían hecho á los pobres de nuestros españoles que cogieron, y lo mismo hicieran de nosotros si nos sintieran allí donde no había quien nos valiera sino Dios. Pasóse así todo el dia, y ya que venía la noche, filáronse los traidores recogiendo á sus casares, y nosotros aguardamos que saliese la luna, y revueltos con paja y heno, porque hacía grandísimo frió, salimos de aquel peligro tan grande en que estábamos sin aguardar el dia.

Fuimos atollando y rompiendo la vida con hambre y sed y dolor; fué Dios servido de aportarnos á tierra de alguna seguridad, donde fuimos hallando chozas de mejor gente, aunque todos salvajes, pero cristianos y caritativos, donde viéndome uno que yo venía tan mal tratado y herido, me llevó á su choza, y me curaba él y su mujer y hijos, y no me dejó salir de ella hasta que le pareció que pudiera bien llegar al villaje donde iba; en el cual hallé más de setenta españoles, que todos andaban desnudos y bien maltratados, porque el Señor no estaba allí, que había ido á defender una tierra que los ingleses le venían á tomar, y aunque éste es salvaje, es muy buen cristiano y enemigo de herejes, y siempre tiene guerra con ellos. Llámase el señor de Ruerge O'Rourke.

Las ruinas del castillo de O'Rourke

Yo aporté á su casa con harto trabajo, enbierto de pajas y rodeado un pedazo de estera por el cuerpo, de suerte que no había quien no se moviese á gran lástima de verme así. Diéronme unos salvajes una mala manta vieja, llena, do piojos, con que me cubrí y remedié alguna cosa.

Otro dia par la mañana nos juntamos hasta veinte españoles en la choza deste señor de Ruerque O'Rourke, para que nos dieran por amor de Dios alguna cosa que comer, y están, dolo pidiendo nos dieron nuevas que habia una nao de España en la marina, y que era muy grande, y que venía por los españoles que se habían escapado, con la cual nueva, sin más aguardar, partimos todos veinte á, la parte donde nos dijeron que estaba, la nao, y hallamos muchos estorbos en el camino, aunque para mí fué remedio y merced que Dios me hizo en que yo no llegase al puerto donde estaba, como llegaron los demás que conmigo estaban, los cuales se embarcaron en ella, porque era del Armada y había arribado allí con gran fortuna, y el árbol mayor y la jarcia muy mal tratada y con temor que no los quemasen ó hiciesen otro mal los enemigos, que lo procuraban con toda instancia, se hicieron á la vela de ahí á dos dias, y con la gente que en ella venía y los demás que se recogieron, tornó á dar al través en la misma costa, se ahogaron más de docientas personas, y los que salieron nadando los tomaron los ingleses y los pasaron todos á cuchillo. Fué Dios servido que yo solo me quedase de los veinte que en su busca íbamos, porque no padeciese como los demás. Bendita sea su santísima misericordia para siempre, por tantas mercedes como me ha hecho.

El naufragio de "La Girona"

Andando así perdido con harta confusión y trabajo, topé con un camino por el que iba un clérigo en hábito seglar, porque así andan los sacerdotes en aquel reino, porque los ingleses no los conozcan, y dolióse de mí y hablóme en latin, preguntándome de qué nación era y de los naufragios que había pasado. Dios me dio gracia para que yo le pudiera responder á todo lo que me preguntaba, en la mesma lengua latina; satisfízose tanto de mí que me dio á comer de lo que consigo traía, y me encaminó para que fuese á un castillo que estaba de allí seis leguas, muy fuerte, que estaba un señor salvaje muy valiente soldado, gran enemigo de la reina de Ingalaterra y de sus cosas, hombre que nunca la ha querido obedecer ni tributar, ateniéndose á su castillo y montañas con que se hace fuerte, y me fui para allá, pasando en el camino muchos trabajos, y el mayor y que más pena me daba, fué que un salvaje me topó en el camino y por engaño me llevó á su choza, que la tenía en un valle desierto, y me dijo que allí habia de vivir toda mi vida y me mostraria su oficio, que era ser herrero. Yo no le supe responder ni me atreví, porque no me metiese en la fragua, ántes le mostré alegre rostro y empece á trabajar con mis fuelles más de ocho dias, de lo cual se holgaba el malvado herrero salvaje, porque lo hacía yo con cuidado por no disgustarle, y á una maldita vieja que tenía por mujer.

El Valle donde vivía el herrero

Yo me vía atribulado y triste con tan mal ejercicio, sino cuando nuestro Señor me remedió en tornar á traer por allí al clérigo, que se espantó de verme, porque aquel salvaje no me quiso dejar pasar por servirse de mí. Riñóle el clérigo muy mal y me dijo no tuviese pena, que él hablaría al señor del castillo para donde me habia encaminado y le haría que enviase por mí, como lo hizo el día siguiente, que envió cuatro hombres de los salvajes que le servían y un soldado español, que ya tenía diez consigo de los que se habían escapado nadando, y como me vio tan desnudo y cubierto de pajas, él y todos los que con él estaban se dolieron harto, y aun sus mujeres lloraban de verme así tan mal tratado. Reparáronme allí lo mejor que pudieron con una manta, á su usanza, donde me estuve tres meses hecho propio salvaje como ellos.

(continuará)